octubre 13, 2011

Oda a las malas palabras



Teta, culo, puta. Desencadenantes de risas infantiles y morbosas, señalamientos, escándalo, pena ajena y hasta el soponcio de una que otra señora de bien.
¡Tan feas que son las malas palabras! -“Y sobre todo cuando las dice una mujer” – agregaría un tío político que tengo.
Pero lo cierto es que, desde pequeños nos han invitado a decir “malas palabras”. ¡Qué fascinante la cara de tragedia que ponían “los mayores” cada vez que salíamos con una “puta” o una “teta” totalmente inoportuna! No sabíamos por qué, pero sabíamos que eran como palabras mágicas capaces de paralizarlo todo por unos instantes. A veces se reían un poquito, pero lo disimulaban. ¡Ah! el divertido juego de la doble moral.
A mí me intrigaba casi tanto, como cuando mi machistamente célebre tío político me decía: “cierre las piernitas porque las chiquitas no se tienen que sentar así” ¡Me acuerdo y me enojo otra vez! Pero para evitar desviarnos hacia mis piernitas (pudorosamente cerradas) hemos de volver al tema de las malas palabras.
Aún recuerdo la primera vez que dije “malparido” (ish!!) ¡Qué tiempos! Corría el año de 1992 y yo era una inquieta jovenzuela de cinco años. Lo escuché de unas nenas que caminaban por la calle, un domingo en que fui a pasear a casa de mi abuela.
De inmediato me pareció graciosa la expresión. Es musical, suena rico, ¡Quería decirlo yo! ¡¿Cuándo tendría la ocasión?! Poco rato después me encontré a mi tío y le dije “¡Que gordo estás, Nano!” (como para romper el hielo y ver dónde podía colocar mi nuevo adquisición de vocabulario) Él me dijo “Sí ¿verdad? Soy un gordito” A lo que yo, muy emocionada y con sonrisa de oreja a oreja respondí: “Sí, ¡sos un gordo malparido!
¡Claro que la situación podía ser todavía más perturbadora! Por eso, justo en ese momento entró mi abuelita a la habitación. Ella, pobrecita, santa e inocente, sin saber cómo reaccionar todo lo que alcanzó a decir “¿Y usted por qué está diciendo palabrotas? ¡Se la va a llevar el diablillo!”.
Entre la amenaza infernal y la cara de desconcierto de mi tío logré a penas entender que acababa de hacer algo muy malo, pero no tenía claro qué era, ni me lo explicó nadie. Sólo sé que tenía casi 20 años de no decir (o escribir) “malparido” y la verdad, ahora hasta me siento un poco mal cuando lo escribo, aunque confío en que “el diablillo” tenga criterio y entienda el tono anecdótico. ¡Que no vaya a pensar que esto es causal de arresto!
Pero ocurre un cambio con los años. Conforme crecemos y nuestros mayores dejan de ejercer control Orwelliano sobre lo que pensamos y decimos (lo dejan ellos y lo toman otros) es altamente probable que una que otra mala palabra se filtre en nuestro léxico. ¿Me va a decir alguien que, ante un “majonazo” con una puerta o un choque de un dedo del pie con la pata de un sillón, hay algo más apropiado que un sonoro y potente “¡Jueputa!”?
Yo he intentado reaccionar distinto, lo prometo, ¿pero qué mas?: ¿“¡Ouch!”?, ¿“¡Virgen santísima!”?, ¿“¡puedo escribir los versos más tristes esta noche!”?. No gracias. Estoy convencida de que si intento eso, o algo parecido, en poco tiempo seré una viejilla amargada y de buenas costumbres.  Yo lo que hago es dejar fluir el madrazo con muchas ganas y naturalidad ante la mirada horrorizada de mi mamá que me mira como preguntándose “¿Qué hice mal?”.
Pero entonces empiezo a creer que la mojigatería es la madre del escándalo que generan las malas palabras ¿O desde cuando el léxico distinguido es sinónimo de  decoro?
Ahora más que nunca sabemos que la indecencia se disfraza con corbatas, finos tacones Dolce & Gabbana y palabras distinguidas. La hijueputez es fácil de disimular, se disfraza de seda y casimir. Los que nos vienen cogiendo en las últimas décadas nunca han dicho una mala palabra en público: Nos han robado hasta el modo de andar, nos han engañado toda vez que han podido, se han pasado por el culo cualquier dejo de decencia, pero ¿una mala palabra? ¡Jamás!
Pero claro, hay quienes se escandalizan más con un “hijueputa” que con las burradas que pueden salir de la boca de un diputado ignorante. Están los que se horrorizan más porque alguien dice que el país está “hecho mierda” que por el descaro y la ineptitud de los que lo están haciendo mierda (que quizá seamos todos, en mayor o menor medida). Hay quienes se ofenden más con un “malparido” que con las injusticias que comete un verdadero malparido.
Para mí, en cambio, las malas palabras son otras: “mercado”, “libertario”, “Bush”, “Rodrigo”… ¡pfff! Perdonen ustedes.
Entonces ¿hemos o no hemos cometido una injusticia a lo largo del tiempo con las “malas palabras”, que en realidad quizá sean las menos malas entre tanta porquería que se hace y se dice en el mundo? Las hemos tratado como las hijas bastardas que deben estar escondidas para no avergonzar a la familia, cuando en realidad, todos sabemos que están ahí y son parte de nosotros. En fin, ¡Qué mojigatas y mojigatos somos, por la gran puta! 

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